Soy Edith MacDonald y en el momento de mi nacimiento sólo me designaron un objetivo en la vida: cuidar.
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-Edith MacDonal, Kipling Society- |
Mi padre era el pastor metodista George Browne MacDonald y mi madre, Hannah Jones, hija de un tendero de Manchester. En casa éramos dos hermanos (Henry y Frederic) y seis hermanas (Alice, Caroline, Georgiana, Agnes, Louise y Edith; Caroline, sin embargo, murió en 1854, con sólo 16 años).
Vine al mundo en Huddersfield, Yorkshire, el 14 de septiembre de 1848. Me convertí en la benjamina de la familia tras la muerte de mi hermano Herbert, que falleció con sólo dos añitos.
No es que fuésemos pobres de solemnidad, pero en casa no sobraba el dinero, así que nuestro padre sólo le dio una educación reglada a los varones. Por suerte, mis hermanas y yo recibimos lecciones de nuestra madre y de alguna institutriz ocasional y teníamos acceso casi libre a la biblioteca de nuestro padre, así que todas crecimos en un ambiente cultivado en el que el principal objetivo era convertirnos en las perfectas damas victorianas, en especial en el caso de mis hermanas mayores, en las que mis padres invirtieron todos sus esfuerzos en convertirlas en buenos partidos a pesar de las carencias de la familia.
A mi, en cambio, mis padres me impusieron otro objetivo: el de permanecer con ellos hasta su vejez. Fue por eso que nunca me casé; sólo obedecí y acepté ese destino con todo el estoicismo que me fue posible.
Georgiana se desposó en 1860; Alice, en 1865; Agnes y Louise, en 1866. Y estoy segura de que Caroline también habría conseguido casarse pronto de no haber sucumbido a la enfermedad en su adolescencia.
Padre falleció no mucho después, en 1868, aunque ya llevaba un tiempo delicado de salud. Madre lo hizo en 1875, cuando yo rozaba ya la treintena. En una sociedad en la que las mujeres dependíamos económicamente del padre primero y del marido después, el fallecimiento de mis padres me dejó económicamente desahuciada, pues era demasiado pobre y también demasiado vieja para buscar un marido.
Sólo el amor de mis hermanas me salvó de un destino aciago, pues fueron ellas las que se hicieron cargo de mi desamparo. De hecho, Louise me llevó a vivir con ella y con mi cuñado Alfred a Wilden House. Por desgracia, también ellos se marcharon antes que yo: mi cuñado en 1908 y mi hermana, en 1925. Yo sobreviví una década más, viendo fallecer a todos mis hermanos y hermanas, que dejaron la carga de la tía solterona a la siguiente generación.
Dejé este mundo el 30 de marzo de 1937, a los 88 años, en Wilden House. La casa fue demolida dos años después de mi muerte, en 1939, para acometer la ampliación de la carretera. Mi cuerpo descansa en el cementerio de la iglesia de Todos los Santos, en Wilden, mi localidad adoptiva.
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