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Sarah Burney (1772-1844)

Soy Sarah Harriet Burney y, aunque mi nombre casi se ha borrado de la historia de la literatura, obtuve reconocimiento como novelista y mi escritura me permitió mantenerme como una mujer autosuficiente toda mi vida. 

Vine al mundo el 29 de agosto de 1772 en Lynn Regis, hoy King's Lynn. Mi padre era el musicólogo y compositor Charles Burney. Mi madre era Elizabeth Allen, casada con él en segundas nupcias tras enviudar.

Decir que mi familia era una familia numerosa sería quedarse corto. Mi padre había aportado a ella seis hijos de su primer matrimonio: Hetty, James, Fanny, Susy, Charlotte Ann y Charles. Mi madre había aportado tres: Mary, Stephen y Bessie. Como fruto de su unión vinimos al mundo mi hermano Richard Thomas y, por último, esta que os habla. 

No tengo recuerdos de aquellos primeros años con mi familia, ya que fueron unos parientes de mi madre los que se encargaron de mi crianza hasta 1775, momento en el que pude instalarme con mis padres. Yo tenía entonces tres años y, quitando a mi hermano Richard, del que me separaban cuatro años, los demás descendientes rondaban la veintena. La brecha generacional con la original rama Burney era, por tanto, enorme, tanto como la mella afectiva existente entre mi madre y mis hermanastros por parte de padre, con los que al parecer nunca congenió.

Me consta que mis hermanos mayores me profesaban cariño, pues siempre me demostraron amabilidad y afecto. Sin embargo, la batalla campal que desde hacía años alimentaban sendos bandos me obligó a crecer en aquella tierra de nadie desde la más tierna infancia, lo cual estoy segura que fraguó este carácter huraño que después tanto me recriminaron en casa. 

En 1781, con nueve años, me enviaron junto con mi hermano Richard a Corsier-sur-Vevey, Suiza, para completar mi educación. Permanecí allí dos o tres años más. 

No tardé en descubrir que tenía un talento natural para los idiomas, el cual me permitió dominar el italiano y hablar el francés con fluidez. 

Bradfield Hall, cerca de Bury St Edmunds, Suffolk
Media Storehouse

En 1792, con veinte años, me instalé en Bradfield Hall con Arthur Young, un tío político. En esa época actué para él como intérprete durante las habituales visitas del duque de Liancourt. Me consta que mi hermana Fanny, ya archiconocida novelista, no veía con buenos ojos mis amistades con los refugiados franceses, que aterrizaban en nuestro país huyendo de las consecuencias de la Revolución; de hecho, sé que, como el resto de los Burney, me criticó por ello, aunque sólo hasta el preciso instante en que quedó prendada del general D'Arblay, con el que acabó desposada en 1793… Sabio fue aquel que dijo que por la boca muere el pez.

Después de aquella trepidante y enriquecedora experiencia, volví a casa en calidad de hija menor y soltera para acompañar y cuidar de mi madre, a la que asistí hasta que falleció en 1796, a la edad de 71 años. Fue así como, con 24 años y muy a mi pesar, el peso de aquella casa recayó sobre mis hombros y me vi supeditada a mi padre, hombre severo y de mal carácter del que acabé aislándome emocionalmente para poder sobrevivir. 

Ese mismo año vio la luz “Clarentine”, mi primera publicación, una novela costumbrista ante la que mi padre no mostró ningún entusiasmo. Decidí publicarla de forma anónima, aunque mi editor fue siempre de la opinión de hacerlo bajo el confuso nombre de “Miss Burney”, para aprovechar el tirón editorial de mi hermana Fanny. No coincidió con el nacimiento de la “Camilla” de Fanny por unas pocas semanas y he de decir que para mi fue un debut no exento de pesar, ya que no fue plato de buen gusto comprobar como mi familia elogiaba la obra de mi hermana mientras ignoraba la mía sin el menor ápice de pudor. 

Por suerte, en mitad de aquella vorágine podía contar con el aliento de mi hermanastro James. Él me consolaba de mis desdichas como yo a él de las suyas, que no eran pocas, ya que su relación con su esposa Sarah llevaba años robándole el sueño. Nuestro afecto era tanto y tan vivo que todos en casa nos miraban con recelo. Mi madre llegó a vetar la presencia de James en casa. Y mi cuñada Sarah parecía disfrutar emponzoñado aún más si cabe el enrarecido ambiente de nuestro hogar con sus febriles y sucias conjeturas incestuosas. 

Al final, James decidió abandonar a su familia una vez más, pues no era la primera, con la intención de volver a nuestra casa; sin embargo, padre se negó tajantemente. Fue así como el 2 de septiembre de 1798 me fugué con James, provocando la consternación familiar. 

Mi hermana Fanny, consciente de que mi decisión podía arruinar toda perspectiva de futuro, quiso intervenir en la crisis adoptando un papel conciliador. Es más, con la intención de imprimir a nuestra fuga un barniz de corrección, nuestra familia hizo saber a sus amistades que nuestra cohabitación era la respuesta lógica a la ruptura matrimonial, que había dejado la casa de mi hermano huérfana de cuidadora; la intención era que mi hermana Susan ocupase mi puesto en casa de mi padre, así ningún varón Burney quedaría desamparado. 

James y yo convivimos cinco años, primero en Londres y luego en Bristol. No fueron años fáciles. Tuvimos que enfrentarnos a no pocas penurias, las cuales menguaron rápidamente mis exiguos ahorros. En 1803, James regresó con su esposa y sus dos hijos, a los que tanto extrañaba. Yo tuve la fortuna de hallar un puesto de institutriz para la familia Wilbraham, en Cheshire, el cual desempeñé cuatro años.

En 1807, regresé a Chelsea para cuidar de mi padre, cuya salud había empezado a deteriorarse. Sin embargo, la enfermedad no endulzó en absoluto su carácter y tampoco mejoró nuestra relación. A pesar de ello, me mantuve a su lado siete largos años, entregándome a la labor de cuidadora, ama de llaves y amanuense. 

En aquella etapa, la escritura se convirtió en una forma de escapar de mi propia miseria. 

En 1808 vio la luz “Geraldine Fauconberg”, una novela epistolar que también publiqué de forma anónima. 

En 1812 lo hizo “Traits of Nature”, esta vez bajo mi propio nombre. Mi intención con esta novela fue la de hacer un retrato de las relaciones intrafamiliares tanto en el campo como en la ciudad y de sus implicaciones morales. La obra obtuvo tanto éxito de público que la primera edición se agotó en cuatro meses y hubo que hacer una reedición; incluso se publicó al francés. Económicamente me rentó 50 libras esterlinas por cada uno de los cinco volúmenes de la novela. 

Mi padre falleció un par de años después, el 12 de abril de 1814. En su testamento distribuyó sus bienes de manera desigual. Ni que decir tengo que fui la más perjudicada después de James, al que no le legó ni un penique. 

En medio de este desamparo, me entregué a la pluma como una forma de subsistencia, compaginando la enseñanza con la publicación. Las ganancias obtenidas me permitieron cubrir los gastos médicos generados por un posible cáncer de mama y mis visitas reparadoras a los balnearios, imprescindibles para mitigar los dolores que la reuma me provocaba. 

En 1816 publiqué “Tales of Fancy: The Shipwreck”, que me proporcionó 100 libras. La obra se publicó en francés aquel mismo año y en alemán unos años más tarde. En 1820 publiqué “Tales of Fancy: Country Neighbours” y reedité “Clarentine”, mi primera novela. 

En 1821 acepté un puesto como acompañante de una joven heredera. Por desgracia, el suceso más señalado de aquel año fue perder a mi bienamado James, que falleció el 17 de noviembre en su casa de Londres a causa de un derrame cerebral. Su pérdida me dejó rota por dentro, como si hubiese muerto una parte de mí. 

En el verano siguiente, el de 1822, mis problemas de salud me llevaron a perder mi trabajo. Por suerte, a finales de año, Lord Crewe, un viejo amigo de los Burney, me propuso supervisar la educación de sus dos nietas a cambio de un  salario de 300 libras esterlinas al año. Conservé aquel puesto hasta 1829, aunque he de decir que no fue una etapa fácil, pues mi condición de interna me impedía zafarme del todo de las miradas inquisitivas y remilgadas de los habitantes de aquel lugar.

Aun en la cincuentena, un anciano clérigo se atrevió a pedirme matrimonio y soporté las atenciones de un caballero viudo durante un tiempo.

En 1829 viajé a Italia. Pasé un tiempo en Roma y sobre todo en Florencia. Allí me reencontré con Charlotte Barrett, mi sobrina favorita, que  había viajado a Italia con sus dos hijas para que mejorasen su salud, ya que ambas habían enfermado de tuberculosis. Acabé distanciándome de ella al cabo de un tiempo por algunas diferencias de opinión. En Italia entré también en contacto con un círculo de artistas y autores, entre los que estaba Henry Crabb Robinson, quien se convirtió en un amigo cercano. Confieso que siempre congenié mejor con los varones, cuyas conversaciones me resultaban mucho más estimulantes; además, ellos celebraban con mayor indulgencia la mordacidad de mis comentarios. Sin duda, mejor que conversar sobre sedas y lazos, prefería la compañía de un buen libro o incluso de un diario, los cuales siempre devoré con fruición. 

The Guildhall y la Catedral, desde High Street, Bath | T. Shepherd / W. Tombleson c.1829 · Welland Antiques

Al cabo de unos años, en 1833, aunque la vida en Italia resultaba más barata, la soledad que sentía me hizo regresar a Inglaterra. El reumatismo que padecía me animó a instalarme en Bath, donde residía también mi hermanastra Fanny. Por desgracia, disfruté de su cercanía poco tiempo, ya que falleció no mucho después, el 6 de enero de 1840.

La herencia de mi hermana, que me legó una renta de mil libras anuales, supuso una bocanada de aire a mi siempre precaria situación financiera. Sin embargo, los últimos años de mi vida los pasé alojada en pensiones. La escasez me animó una vez más a tomar la pluma y a revisar un par de novelas que había redactado tiempo atrás. 

“The Romance of Private Life” vio la luz en 1839. Las dos novelas que lo componen (“The Renunciation” y “The Hermitage”) son historias de misterio con heroínas bellas y virtuosas. No obtuve gran éxito con ellas, pero sí que conseguí una edición americana un año más tarde, en 1840.

The Promenade, Cheltenham · Period Paper

En 1841 decidí mudarme a Cheltenham, una ciudad balnearia que solía visitar cada año para tratar mi reuma. Me instalé en una habitación de Belgrave House, una pensión ubicada en la esquina de Imperial Square con Promenade. 

En aquella etapa me reencontré con mi sobrina Charlotte, lo que nos permitió a ambas cerrar nuestra vieja ruptura y disfrutar juntas de unas vacaciones. Unos pocos meses después de aquel feliz momento, la muerte me sorprendió en mi habitación de Belgrave House, el 8 de febrero de 1844, a la edad de 71 años. 

En mi testamento dividí mi pequeño caudal entre mi medio sobrino Martin Charles Burney, hijo de mi querido James, y una sobrina soltera. 

Mi cuerpo fue sepultado en algún lugar del que hoy es el cementerio de St Mary with St Matthew Churchyard, en Cheltenham; pero no busquéis allí mi tumba para dejarme flores, pues mi lápida hace mucho que desapareció. Sin embargo, he de pedirles que no me compadezcan, ya que eso heriría mi orgullo. Al fin y al cabo, siempre tuve un espíritu solitario y las visitas formales nunca fueron lo mío. 

Mi obras se desvanecieron en el tiempo, como mi propia lápida. Aunque me ha alegrado saber que  el interés por ella ha revivido recientemente, gracias a las escritoras y estudiosas modernas, en algunos casos feministas. Esto propició una edición crítica de “The Romance of Private Life” en 2008, así como la recopilación de mis cartas.

Entre lo romántico y lo victoriano, muchos de los temas de mis novelas presagiaron los de Wilkie Collins, George Eliot y Thomas Hardy. Además, en mi narrativa hallaréis no pocos guiños a los escritos de Maria Edgeworth. No en vano, en mis novelas cuestioné la utilidad de una educación diferenciada por sexos y cargué contra el sistema patriarcal, encarnado por los protagonistas masculinos. 

Retrato de una dama, posiblemente Sarah Burney,
obra de T. Lawrence

Fuentes:

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