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Susan Burney (1755-1800)

Soy Susan Burney y, aunque no os suene mi nombre, gozo de gran reconocimiento para los estudiosos de la Historia de la Inglaterra del finales del siglo XVIII gracias a mis cartas y diarios.

Vine al mundo en enero de 1755 en King’s Lynn. Mi padre era el compositor y musicólogo Charles Burney (1726-1814). Mi madre era la empresaria Esther Sleepe (1723?-1762), fabricante de abanicos.

Tenía cinco hermanos: Hetty (1749-1832), James (1750-1821), Fanny (1752-1840), Charlotte Ann (1761-1838) y Charles (1757-1817). Junto a ellos crecí en un ambiente rico en inquietudes culturales en el que nuestros juegos favoritos consistían en representar teatro casero, interpretar música con el violín y el clavicémbalo y leer en voz alta. 

En 1760 nos mudamos a Londres, donde mi madre cayó enferma de tisis poco tiempo después. La perdí dos años más tarde, el 29 de septiembre de 1762, cuando tenía yo sólo siete añitos. Por suerte, en la ciudad estábamos más cerca de nuestra abuela Frances (1685-1776), que desempeñó un importante papel maternal para todos nosotros los siguientes catorce años. 

Desde que nos instalamos en Londres, la reputación de mi padre como músico y compositor le permitió acceder a los círculos culturales más reputados. Esto me brindó el lujo de observar de cerca la vida musical de la capital y conocer a los numerosos músicos e intelectuales que visitaban la casa de la familia.

En 1764, mi padre nos llevó a Hetty y a mí a Francia para perfeccionar nuestro francés, idioma que pensaba que mejoraría nuestras perspectivas de empleo como institutriz. Permanecí en Francia hasta 1766. Papá estimó innecesario dar estudios a mi hermana Fanny, a la que consideraba apocada y torpe. Aquello me dolió en el alma, pues ella era mi hermana más querida. Por suerte, el amor propio permitió a Fanny aprender a escribir por si misma hasta convertirse en una escritora aclamada por la crítica y el público. 

En 1767, papá se volvió a casar, esta vez con una dama de Lynn llamada Elizabeth Allen, una viuda que sumó tres hijos más a la familia: Mary (1751-1820), Stephen (1755-1847) y Bessie (1761-1826). Juntos tuvieron, además, dos hijos: Richard Thomas (1768-1808) y Sarah Harriet (1772-1844). He de reconocer que el cambio no me resultó fácil, sobre todo por el carácter displicente de nuestra madrastra, lo cual hizo, eso sí, que los fuertes lazos que unían a los niños Burney se volviesen más poderosos aún. 

Retrato de Fanny Burney, Susan Burney, Richard Burney y Samuel Crisp
Obra de Paul Sandby

Matrimonio.

Aunque, como mi madre, padecía de una tuberculosis que me causaban algunos problemas de salud de vez en cuando, aquello no me impidió convertirme en una mujer socialmente activa y disfrutar de las oportunidades que Londres ofrecía.

Sin embargo, mi vida experimentó un giro radical a finales de 1780, cuando mi hermano James me presentó al capitán Molesworth Phillips, quien había navegado con él a las órdenes del capitán Cook un par de años. Nos comprometimos en 1781 y contrajimos matrimonio el 10 de enero de 1782 en la iglesia de St. Martin-in-the-Fields, en Westminster. 

Pasamos nuestra luna de miel en Chessington Hall, en casa de Samuel Crisp, un amigo de la familia. Nuestra primera hija al mundo ese mismo año; decidimos llamarla Frances (1782-1860) en honor a mi amada hermana. En 1784 nos mudamos a Mickleham, cerca de Dorking, en Surrey. Allí di a luz a dos hijos: Charles Norbury (1785-1814) y John William James (1791-1833). 

Mi matrimonio comenzó a deteriorarse poco después del nacimiento de Norbury, en 1787. Molesworth resultó ser un mujeriego, defecto al que se sumaron las dificultades financieras; y es que mi marido estaba perdiendo mucho dinero y no sólo a causa de sus propiedades en tierras irlandesas, sobre las que pesaba ya un largo litigio letal, sino también por su adicción al juego. 

La situación enloqueció en 1794, cuando Molesworth comenzó a plantearse la idea de abandonar Inglaterra para tomar el control de sus propiedades. Creo que sobre sus hombros pesaban los disturbios locales que recorrían Irlanda, pero también la presión de los prestamistas que estaba coleccionando en Londres, entre los que se encontraba mi propio padre. Antes de acabar el año, sacó a nuestro hijo Norbury de su escuela en Greenwich y lo envió a recibir clases privadas en Dublín, Irlanda. Esta separación me dejó devastada; pero mi pesadilla no había hecho más que comenzar. 

A mediados de 1795, haciendo gala de un comportamiento cada vez más errático e impredecible, Molesworth renunció a su cargo como Mayor en la Royal Navy y se mudó a Irlanda para preparar nuestro traslado a su propiedad de Belcotton, en el condado de Louth. Yo me quedé el Londres con nuestros otros dos hijos, esperando la orden de partir. Ya nunca más volvería a conocer el sosiego a partir de entonces, lo cual comenzó a hacer mella en mi salud naturalmente quebradiza. 

Irlanda.

En agosto de 1796, mi marido regresó a Londres para reclamar mi presencia en nuestro nuevo hogar. Aunque la idea de separarme de mi padre y de mis hermanos me pareció terrible, al final asumí el papel de devota esposa y el lunes 17 de octubre partí con rumbo a Irlanda junto a mi doncella y mis hijos Frances y John. Llegamos a Irlanda el 31 de octubre y pasé un par de semanas en Dublín, donde pude al fin abrazar a mi hijo Norbury tras casi dos años de ausencia. Luego partimos en dirección norte. 

Llegamos a Bellcotton, nuestro nuevo hogar, el viernes 11 de noviembre. El entorno me pareció demasiado agreste y deshabitado. La vivienda, fría y húmeda, estaba sin terminar y carecía de muchas comodidades. La situación geopolítica de la isla tampoco era la más hospitalaria; tanto es así que al poco de llegar comenzaron a circular rumores sobre una probable invasión francesa. Sin embargo, no dije nada de esto en las cartas a mi familia, ante la que disimulé todo mi pesar. 

La visita de Norbury para pasar las Navidades con nosotros insufló un cierto optimismo en mi corazón. Pero pasadas las vísperas festivas, la vida en Bellcotton pronto se convirtió en rutina. Norbury regresó a sus estudios en Dublín. Yo ocupaba todo mi tiempo atendiendo la casa y a mis hijos Frances y John. Molesworth permanecía entretenido con sus propios proyectos y sus relaciones con la nobleza local.

Para distraerme, entablé amistad con algunos vecinos de la zona, hallando una compañía entretenida y gratificante entre los Brabazon, en particular con Jane. Jane Brabazon congenió con mis hijos enseguida e hizo todo lo posible para que me aclimatase a mi nuevo hogar. A veces incluso me halagaba con flores o me sorprendía con algún periódico. Por desgracia, Molesworth puso sus ojos en ella y se lanzó a instigarla sin importarle ni las negativas de mi amiga ni la cercanía de su esposa y de sus hijos.

Con el transcurrir de los días, el asco que sentía por mi marido acabó transformándose en miedo. Sus deudas no dejaban de crecer, sus planes eran cada vez más descabellados y su relación conmigo, cada vez mas abusiva. Llegó al punto de abrir las cartas que me llegaban de Londres, lo que me obligó a comunicarme con mi hermana Fanny en francés o incluso en clave para contarle según que confidencias. En casa, mi familia empezó a inquietarse, aunque los ánimos se calmaron cuando Molesworth insinuó la posibilidad de regresar  Inglaterra en octubre de 1797; la ilusión nos llenó el corazón de esperanza a todos, al menos durante un tiempo, ya que el ansiado regreso nunca se produjo. 

Mientras, mi salud se volvió cada vez más delicada, en especial cuando los síntomas de la tuberculosis comenzaron a convivir con los primeros síntomas de disentería. Mi padre, pasando por alto las deudas impagadas por mi marido, nos ofreció un alojamiento en Chelsea. Sin embargo, Molesworth no estaba dispuesto a entregarme a Norbury y para mí regresar a Inglaterra sin uno de mis hijos no era una posibilidad. Entonces Fanny se ofreció para viajar a Irlanda para cuidarme hasta que estuviese recuperada, cosa que tampoco estaba dispuesta a permitir. 

Al final, hasta mi marido dio su brazo a torcer y admitió la gravedad de mi estado, expresando al fin su preocupación en su correspondencia con mi familia. Incluso llegó a prometerles que las primeras cincuenta libras que ahorrase las emplearía en devolverme a Londres, aunque me consta que a tal empresa contribuyeron generosamente nuestros amigos los Lock

Abandonamos Bellcotton a finales de noviembre de 1799, junto con mi doncella y los niños. El médico que me examinó en Dublín recomendó que descansara unas semanas antes de embarcarme en tamaño viaje, así que pasamos en Dublín buena parte del mes de diciembre. Allí vino a visitarme en aquellos días mi amiga Jane, ahora Señora Disney. Zarpamos de Dublín en las vísperas de la Navidad con el plan de encontrarnos con mi hermano Charles en Parkgate, cerca de Chester. Sin embargo, los vientos desfavorables en el Mar de Irlanda nos obligaron a atracar momentáneamente en Holyhead, en el norte de Gales. 

Llegamos a Parkgate el lunes 30 de diciembre. Allí atiné a garabatear un par de misivas, una para mi padre y otra para mi hermana Fanny; al fin estaba en suelo inglés. Me reencontré con mi hermano Charles el día de Año Nuevo de 1800. Sé que mi hermanito quedó consternado por lo demacrado de mi aspecto, pues atisbé el miedo en sus ojos al contemplarme, consciente ahora también de que la muerte rondaba mi lecho. De hecho, dejé esta vida pocos días después, el 6 de enero de 1800, a los 44 años de edad.

Charles anunció por carta la triste noticia a nuestro padre, pero no fue capaz de informar directamente a Fanny. Para suplirlo, mi querido marido redactó una breve nota a nuestros amigos los Lock para que intercedieran ante mi hermana. "Estimado señor -decía la misiva-, la muerte ha liberado a nuestra pobre amiga de un gran sufrimiento. Tenga la bondad de comunicar esta información a la señora D'arblay de la manera que considere más adecuada. Fueron de los últimos de los que habló. Muy agradecido, señor Phillips.”

Molesworth contraería segundas nupcias antes del primer aniversario de mi fallecimiento, el 4 de octubre de 1800, con Anne Maturin, hermana del tutor de nuestro hijo Norbury.

Cartas y diarios.

Algunos años después de mi muerte,  las cartas que escribí en mi diario, la mayoría dedicadas a mi hermana Fanny, alcanzaron un nada desdeñable reconocimiento. En ellas retraté a mi familia, nuestra vida cotidiana, nuestro entorno, pero también los acontecimientos políticos y sociales que atravesaron nuestras vidas y aquello que fue mi gran pasión: la música, la ópera, los conciertos. A día de hoy, mis escritos siguen siendo una fuente valiosa de información sobre la historia, la sociedad y la música para los estudiosos de mi época. 

Susan Burney, retratada por E. F. Burney

Fuentes.

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