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Carolina Coronado (1820-1911)

Soy Carolina Coronado y, aunque los libros de literatura no hablan de mí, fui una destacada escritora del romanticismo español. Formé parte de la Hermandad Lírica y escribí sobre todo poesía y novelas, aunque también me atreví con el teatro y el ensayo. 


Vine al mundo el 12 de diciembre de 1820, en el número 6 de la Plaza de Abastos (hoy Plaza de Espronceda) de la localidad pacense de Almendralejo, aunque mi familia se mudó a Badajoz cuando tenía yo 4 años. Mi padre era Nicolás Coronado Gallardo y Cortés y mi madre, María Antonia Eleuteria Romero de Tejada y Falcón.

Crecí en el seno de una familia acomodada e ideales liberales, aunque sólo hasta cierto punto, ya que la educación que recibimos mis hermanas y yo se limitó a la tradicional para las niñas de la época: piano, costura, bordado, labores del hogar... Sin embargo, mi inquietud por la Literatura era mucha, tanta que me adentré a solas en la lectura de los maestros, cuyas obras devoré a escondida durante mucho tiempo, robando tiempo a Morfeo y de manera aleatoria. 

A mis diez años compuse mis primeros versos, los cuales conservaba en mi memoria mejor que sobre un papel, soporte mucho más susceptible de ser descubierto y destruido. 

A pesar de la oposición de mi familia, mi primer poema vio la luz el 22 de diciembre de 1839, en  un periódico de Madrid. En torno a esa fecha comencé a relacionarme con otras mujeres con inquietudes literarias, dando vida a la Hermandad Lírica. Nos carteábamos, nos escribíamos prólogos unas a otras, nos dedicábamos poemas y nos llamábamos mutuamente hermanas. Juntas creamos una red de apoyo que nos dio fuerza para adentrarnos en aquel universo masculinizado, afrontando de la mano la hostilidad de un mundo que no estaba preparado para que las mujeres albergásemos inquietudes propias y alejadas del arquetípico ángel del hogar. Aquello nos permitió publicar en prensa y revistas de reconocido prestigio y hacernos con un lugar en la literatura contemporánea.

Retrato de Carolina Coronado, hacia 1844 @BNE
Alophe (1812-1883) | Impreso por Lemercier (1844)

En 1843 publiqué mi primer poemario que, a pesar de estar prologado por mi buen amigo Juan Eugenio Hartzenbusch, no me ahorró dificultades, pues tanto editores como libreros eran reacios a publicar un libro de poemas escrito por una mujer. A partir de este momento empecé a compaginar mi participación  en la vida cultural de Badajoz con la publicación en distintos medios, tales como “El Semanario Pintoresco Español”, “La Gaceta literaria y musical de España”, “El Laberinto”, “El Almacén de frutos literarios”, “La Risa”, etc.

A principios del año de 1844, la enfermedad irrumpió en mi vida de una manera dramática, atrapándome en un sueño cataléptico que se alargó todo el mes de enero. En aquellos largos días presencié con horror cómo mi familia lloraba mi muerte y mis amigos me dedicaban elegías mientras que mi alma, presa en mi cuerpo inerte, gritaba sin que nadie pudiese oírla. A partir de ese momento, morir y resucitar se volvió un hecho perturbadoramente cotidiano, así como las  premoniciones y las visiones de muertos andantes. Todo aquello encendió en mí un miedo atávico a morir para acabar enterrada viva y dio alas a mi personalidad naturalmente incomprendida, que algunos tacharon de extravagante.

Madrid.

Un nuevo brote nervioso me sorprendió comerciando con las musas gaditanas, allá por 1848, a resultas de lo cual los médicos me aconsejaron que me mudase a Madrid para tomar aguas allí. En la capital, algunos escritores de renombre celebraron mi llegada y mi acceso a a sus corrillos literarios, aunque no sin cierta condescendencia. 

En 1850 publiqué las novelas “Paquita”, “Adoración” y “Jarilla”, que cosechó tanto éxito que tuvo que ser reeditada en varias ocasiones. En todas ellas, denuncié la opresión a la que son sometida las mujeres desde los tiempos remotos.

Carolina Coronado alrededor de 1844-46 @europeana
Realizado por Luis Carlos Legrand y publicado en "El Bardo" en 1850

El año de 1852 supuso un nuevo punto de inflexión en mi vida. 

Con las dificultades de rigor, lancé una segunda edición de mis poemas, a la que añadí los cientos de versos que había dedicado a Alberto, mi primer amor; la publicación escandalizó a muchos ya que, en una sociedad en la que la mujer había sido siempre el objeto del deseo masculino, no se consideraba decoroso que una mujer exaltase el amor como lo hacían los hombres. El poemario fue una hermosa manera de cerrar aquel amor de juventud para abrir uno nuevo con el que iba a convertirse en mi marido.

Conocí a Horatio Justus Perry, a la sazón secretario de la embajada de Estados Unidos en Madrid, en el mes de febrero. Pronto me quedé tan prendada de él como él de mí, aunque creo que no se percató de ello hasta que la catalepsia acudió a mi encuentro y me dejó sin vida ante sus aterrados ojos. Aquel mismo verano nos convertimos en marido y mujer. Pronto di a luz a mis primeros hijos: Carolina (en 1853), Carlos Horacio (en 1854) y Matilde (en 1857).

Aprovechando el carisma de Horatio y mi tirón en la Corte y entre los intelectuales de la capital, Horatio y yo creamos en casa un salón literario y musical que obtuvo una repercusión extraordinaria. En él recibimos la flor y nata de los intelectuales, artistas y políticos de Madrid. 

Nada más contraer matrimonio, mis nuevas responsabilidades de mujer casada empezaron a interferir en mi poesía, en la que fui perdiendo interés. Algún poema ocasional en alguna revista era suficiente para saciar mis inquietudes, sobre todo desde que sentí la vida brotar en mi vientre. De repente, no había versos que pudiesen mejorar los versos de las canciones de cuna, ni palabra que venciese en belleza al más diminuto de los arrullos. 

Carolina Coronado, c.1855 @El Prado
Pintado por Federico de Madrazo y Kuntz

A pesar de ello, en 1854 publiqué mi novela más ambiciosa, “La Sigea”, basada en la vida y obra de la erudita castellana Luisa Sigea en la Corte portuguesa de Manuel I y que me permitió hablar de muchos de los temas que me inquietaban. Aquel mismo año, para mi desgracia, nuestro hijo Carlos falleció con sólo siete meses de vida, el 11 de noviembre de 1854, a causa de las fiebres tifoideas, provocándome una honda depresión. 

En aquellos años, el clima político de España se volvió más convulso y, en el transcurso de los acontecimientos de 1868 que pusieron fin al reinado de Isabel II, Horatio y yo nos posicionamos a favor del bando revolucionario y, de paso, a favor del antiesclavismo.

Carolina Coronado, 1857 @Comunidad de Madrid
Retrato de Luis de Madrazo

En 1872 encargué una tercera edición de mis versos, a la que incorporé un puñado de poemas nuevos. 

En junio de 1873, mi marido viajó a Londres por asuntos de trabajo. Fue en ese momento que mis hijas enfermaron de sarampión. Corría ya el mes de julio cuando algo, como una suerte de voz interior, me hizo reclamar a todos los médicos de Madrid, temiendo por la vida de Carolina; "en media hora mi hija estará muerta" espeté y ellos me miraron con ojos vacíos, llamándome loca con la mirada. Pero no, yo no me había vuelto loca, aún, porque sí enloquecí sólo media hora más tarde, cuando la vida de mi hija se quebró entre mis brazos con sólo veinte años de edad... Lloré como una niña pequeña, arrojándome contra las paredes y amenazando con lanzarme por una ventana junto al cuerpo inerte de mi hija. Ni siquiera pensé en Matilde, pobre criatura, que huyó a esconderse en su habitación como un ratoncito asustado... Ese fue el panorama que Horatio halló a su regreso.

Incapaz de sepultar a mi hija en la oscura tierra, hice embalsamar su cuerpo y lo deposité en un lugar seguro desde el que podría pedir ayuda si acaso despertaba. Luego, la tristeza imperante en casa, el enrarecido ambiente político del país y el nuevo puesto de Horatio como gerente de la Eastern Telegraph Company, que había instalado una estación de cable submarino en la lusa villa de Carcavelhos, nos animó a mudarnos a Lisboa. 

Carolina Coronado, finales del XIX @ProProNews

Lisboa.

Allí nos instalamos en el palacio de Mitra, una hermosa villa a orillas del río Tajo en la que emulamos nuestra vida en Madrid, llenándolo de intelectuales y artistas.  

Palacio de Mitra, hacia 1850 @A Casa Senhorial

Fueron años amables, hasta que en 1889 el negocio de mi marido fracasó, provocando graves quebrantos económicos a la familia. Poco tiempo después, el 20 de febrero de 1891, mi marido falleció, apagando al instante toda la luz de Lisboa. 

Incapaz de despedirme de Horatio, hice embalsamar su cuerpo, el cual deposité en la capilla del palacio, anexa a mis aposentos. Allí lo visitaba cada tarde, para contarle mis inquietudes y pesares, los cuales él oía en respetuoso silencio. Luego, me retiraba a dormir, siempre acompañada de la única hija viva que me quedaba. 

Cuando Matilde rondaba la treintena, se encaprichó de Pedro Torres Cabrera, hijo de un carlista. Lloró y suplicó hasta obtener mi bendición, la cual otorgué con la condición de que siguiese durmiendo en mi cama. Mi yerno se instaló en el piso de abajo y así pasamos los siguientes veinte años, enterrados en vida.

Dejé este mundo entre las paredes del palacio de la Mitra, el 15 de enero de 1911. Mi yerno, con el beneplácito de Matilde, hizo subir mi cuerpo junto al de mi esposo en  un vagón enlutado del Tren Correo de Lisboa con rumbo a Badajoz para nuestra sepultura. 

Matilde me sobrevivió apenas seis meses. Falleció el 15 de junio, a los 50 años, sin descendencia, legando mis escritos, muebles y demás pertenencias a la familia Torres Cabrera. Entre esas pertenencias, mi yerno halló la más preciada guardada bajo llave en el armario de la sacristía del convento de San Pascual de Madrid: el cuerpo incorrupto de mi hija Carolina.

Carolina Coronado, hacia 1880 @BNE
Realizado por Eusebio Juliá

Nota:

  • En la línea de tiempo que he publicado en Sutori hay mucha más información: una biografía más completa y otros recursos como textos y enlaces a artículos que profundizan aún más en la vida y obra de la autora.

Obra:

Sus poemas fueron recogiéndose poco a poco en revistas, y más tarde, en su poemario, editado 1843 (GB) y reeditado en 1852 (GB) y en 1872, ambos enriquecidos con nuevas composiciones. (1884, GB).

Escribió 15 novelas, largas y cortas, en las que el tema principal es la mujer, asediada por las limitaciones a las que la somete una sociedad dominada por el sexo masculino. Todas cosecharon gran éxito en su época, a juzgar por el número de traducciones que tuvieron.

  • “Paquita” (1850), novela folletinesca, ambientada en la corte portuguesa del siglo XVI. Cuenta la historia de Francisca de Ovando, protegida del rey, que se ve atrapada en una red de decisiones sobre su vida de las que ella no es partícipe. Algunos críticos la consideran su mejor obra. (PDF)
  • “Adoración” (1850), novela folletinesca que denuncia la crueldad de las relaciones sociales y el peso de ciertas modas y convencionalismos. (PDF)
  • “Jarilla” (1850) trata sobre el amor de Román, un caballero del rey Juan II, y la morisca Jarilla. Fue una de sus obras más populares y tuvo que sesr reeditada en varias ocasiones. (PDF) (GB)
  • “La Sigea” (1854), basada en la vida y obra de la erudita castellana Luisa Sigea en la Corte portuguesa de Manuel I. Es su obra más ambiciosa y la
  • usó para hablar de muchos de los temas que le inquietan. (GB)
  • “Luz” (1851), protagonizada por una pintora que, como heroína romántica, rechaza un amor sublime a favor de su amor fatal por el hombre equivocado.
  • “La rueda de la desgracia” (1873), novela folletinesca Esta novela que cuenta la historia de un conde que, tras perder su fortuna, sufre una serie de infortunios que lo llevan a la ruina total; explora temas como la ambición, la codicia, la redención y el perdón. (GB)
  • “El oratorio de Isabel la Católica” (1886), novela que sitúa tras la revolución de 1868 y en la que narra la funesta situación tras la que queda el duque de Hasfeld a raíz de los acontecimientos políticos, los cuales lo llevan a la ruina más absoluta. 

Ensayo:

  • “Un paseo desde el Tajo al Rhin, descansando en el Palacio de Cristal” (1851-1852).
  • “Los genios gemelos: Safo y Santa Teresa de Jesús” (1858).
  • “Galería de poetisas contemporáneas” (1861).
  • “España y Napoleón” (1861).
  • “Anales del Tajo” (1873).

Se conocen unas pocas obras teatrales, cuya producción fue escasa:

  • “Alfonso IV de León” (1844), estrenada en el Liceo Artístico y Literario de Badajoz con gran éxito.
  • “Un alcalde de Monterilla”, estrenada en Badajoz con poco éxito y publicado el 16 de septiembre de 1849 en el número 62 de La Tertulia, Cádiz.
  • “El cuadro de la Esperanza” (1846), representada en el Liceo de Madrid ante la familia Real con gran éxito. Esta comedia dramática cuenta la historia de Esperanza, que pide a dos pintores que la retraten para elegir al mejor de ellos como esposo,
  • “El divino Figueroa”, un drama en tres actos que está desaparecido.
  • "Petrarca", un drama lírico también desaparecido.

Fuentes.

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