Soy Berthe Morisot y, aunque disfruté de gran reconocimiento de público y crítica a lo largo de toda mi carrera, mi obra fue desterrada de los libros de Arte hasta finales del siglo XX, momento en que comenzó a revalorizarse mi trabajo.
Estudié pintura con el apoyo de mis padres y conseguí convertir el arte en mi medio de vida, algo insólito para una dama de la alta burguesía del XIX.
Empecé a asistir a clase de dibujo junto a mi hermana Edma y, tan pronto como nuestra habilidad para el dibujo quedó patente, nuestros padres se plantearon muy en serio nuestra educación pictórica. Juntas perfeccionamos nuestra técnica copiando a los maestros de Louvre y expusimos en el Salón de París por vez primera vez. Mi hermana Edma fue mi compañera inseparable en esta etapa, hasta que se casó, se mudó a Cherburgo y abandonó la pintura por falta de tiempo. El dolor que experimentó por ello me caló profundamente.
Entablé amistad con Édouard Manet y me convertí en el nexo de unión entre él y los miembros de la escuela impresionista, en la que me integré de lleno. Por desgracia, no podía sentarme con mis compañeros en los cafés a conversar sobre nuestras inquietudes artísticas, ya que la mayoría de los espacios públicos estaban vedados a las de mi sexo. Por eso a menudo los invitaba a casa de mi madre para conversar con ellos o los citaba para pintar juntos al aire libre.
Posé para Édouard en decenas de ocasiones y profesé por él gran afecto y admiración. Y creo que el me quiso, a su manera al menos, pues me trató con condescendencia alguna vez, hasta el punto de retocar mis cuadros en medio de risas y aspavientos. Ya en la treintena contraje matrimonio con su hermano Eugène; él fue mi admirador más fiel y se convirtió en una suerte de asistente personal. Fruto de nuestro matrimonio nació una única hija, a la que llamamos Julie y que también se convertiría en pintora.
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Berthe, Eugène y Julie, hacia 1881 | Getty |
En cuanto a mi obra, al principio sólo me sentí cómoda con la acuarela y el pastel, hasta que comencé a dominar el óleo. Sin embargo, nunca me sentí orgullosa de mis primeros trabajos y acabé destruyendo casi todo lo que pinté antes de 1869. En mi madurez me atreví a mezclar el óleo, la acuarela y el pastel de forma simultánea. Al final de mi carrera me sentí cautivada por el japonismo y me animé a combinar la pincelada impresionista con los trazos del carboncillo y de los lápices de colores. En cuanto a los temas que abordé, sentí predilección por el paisajismo, sobre todo en los comienzos. Luego, aplicando la regla impresionista de retratar lo cotidiano, me acerqué al retrato; y como la cotidianidad de las mujeres de mi clase era la permanecer la mayor parte de nuestra vida encerradas en casa, pinté a las mujeres y los niños que me rodeaban en sus jardines y sus habitaciones, contemplando la vida a través de las ventanas.
Cuando Julie tenía 14 años, su padre falleció. Fue duro seguir adelante sin mi mayor cómplice. Yo le sobreviví apenas dos años más. Dejé este mundo con a los 54, víctima de una neumonía y dejando a mi pequeña al cuidado de mis amigos Edgar Degas y Stéphane Mallarmé. Tras mi muerte, mi obra cayó rápidamente en el olvido y permaneció en ese estado un siglo entero.
Tenéis una biografía más completa en
La Gruta.
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La madre y la hermana de la artista, 1869-70 | National Gallery of Art, Washington |
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La hermana de la artista en la ventana, 1869
National Gallery of Art, Washington |
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La cuna, 1872 | Musée d'Orsay |
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Mujer de negro / Antes del teatro, 1875 | Christie's |
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El espejo de Psiqué, 1876 | Museo Nacional Thyssen-Bornemisza, Madrid |
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Eugène Manet y su hija en Bougival, 1881 |
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La hortensia, 1894 |
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