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Virginia Clemm (1822-1847)

Soy Virginia Clemm y puede que me conozcáis, en todo caso, por mi escandaloso matrimonio con mi primo Edgar Allen Poe. Algunos dicen que me escondo detrás de Annabel Lee y obras como "Eleonora", "Lenore" y "Ulalume".


Conocí a Edgar en agosto de 1829, cuando pasó por nuestra casa de camino hacia West Point, donde iba a inscribirse como cadete. En aquel momento yo era una cría de 7 años y vivía con mi madre, mi hermano Henry y mi abuela Elizabeth.

Como cabía esperar, mi primo Eddy no soportó bien la disciplina militar de West Point y, tras ser expulsado, regresó a Baltimore, donde retomó su empeño de vivir de la escritura. En 1833 se vino a vivir con nosotros; en aquel momento él tenía 24 años y yo, 11. Creo que fue junto a nuestra familia cuando pudo Edgar al fin silenciar ese sentimiento de orfandad que lo había acompañado desde la infancia; de hecho, creo que fue aquel sentimiento de pertenencia el que hizo que toda nuestra vida cambiase.
 
La abuela Elizabeth, cuya pensión era el único ingreso que entraba en casa, falleció en julio de 1835. Al mes siguiente Edgar se trasladó a Richmond a trabajar en una revista, pero barajando ya la la idea de que contrajésemos matrimonio en un futuro no muy lejano. La ausencia de Edgar animó a intervenir a otro primo mío, Nelson Poe, que se ofreció a acogerme en su casa para hacerse cargo de mi educación y, de paso, evitar un matrimonio prematuro. Entonces mi madre escribió a Edgar para pedir opinión y, a vuelta de correo, Edgar amenazó con suicidarse si desmembraba a su pequeña familia.

Escribió: «Mi último asidero en la vida, el último de todos, se me escapa. No tengo ningún deseo de vivir y no viviré. Pero he de cumplir mi deber. Amo, usted lo sabe, amo a Virginia apasionadamente, devotamente».

Retrato póstumo de Virginia Clemm

Se rumorea que Edgar y yo nos casamos en secreto el 22 de septiembre de 1835, cuando él tenía 27 años y yo sólo 13. Nuestro enlace oficial tuvo lugar poco después, el  16 de mayo de 1836, en Richmond, adonde Eddy, mi madre y yo nos habíamos mudamos siguiendo los ofrecimientos de las publicaciones. Para mí, nuestra diferencia de edad no era un impedimento para nuestra relación; sin embargo, sé que en los documentos de matrimonio la falsificaron y la cambiaron a 21. 

Muchas murmuraciones nos siguen desde entonces: la consumación de nuestro matrimonio, nuestro trato fraternal, la pasión de sus cartas, mi hipotética virginidad, su posible impotencia... Pero yo, lejos de todo rumor, era la mujer más dichosa. Eddy era mi profesor, mi amigo y mi compañero de juegos y de conciertos. Reíamos juntos como niños y hacíamos reír a mi madre, por la que compartíamos la misma devoción. Yo, a cambio, me acurrucaba a su lado mientras escribía y lo cuidaba, mantenía en orden su escritorio y organizaba sus papeles. Mimar a Eddy era mi mayor ambición y mi mayor orgullo.

Retrato de Virginia Clemm con 15 años

Aunque las tiradas de los medios en los que Edgar publicaba se multiplicaban a su paso, sus escritos no generaban demasiados ingresos y nuestra situación económica no era buena. Intentamos incluso montar una casa de huéspedes, pero aquello tampoco salió bien. En enero de 1837 nos mudamos a Nueva York, donde nuestras calamidades no hicieron más que aumentar, hasta que a mediados de 1838 nos instalamos en Filadelfia. En Filadelfia el éxito de Eddy comenzó a dar frutos y estabilidad a nuestra familia; al fin pudimos mudarnos a nuestra primera vivienda decente desde Richmond. Eddy incluso compró algunos muebles buenos y un piano y un arpa para mi regocijo. 

Sin embargo, nuestra felicidad se truncó pronto, pues con 20 años contraje tuberculosis. Nos mostró su feo rostro una noche de enero de 1842 cuando, en medio de una la canción que interpretaba al piano, la tos me dobló en dos y me hizo vomitar sangre. En aquel entonces, contraer tuberculosis era lo más parecido a una sentencia de muerte y a partir de ese momento mi marido se sumergió en la bebida y empezó coquetear con el láudano y también su salud comenzó a resentirse. 

Siempre contigo deseo vagar -
Queridísimo, mi vida es tuya.
Dame una cabaña como hogar
y una fértil y vieja planta de cundeamor,
lejos del mundo con su pecado y cuidado
y del murmullo de muchas lenguas.
Solo el amor nos guiará cuando estemos allí; 
el amor curará mis pulmones debilitados;
y ¡oh, las horas tranquilas que pasaremos, 
deseando que otros no puedan mirar!
Perfecta tranquilidad disfrutaremos, 
sin pensar en prestarnos al mundo y su regocijo. 
serenos y dichosos para siempre seremos. 
-Poema de Virginia a Edgar-

Después de un tiempo volvimos a Nueva York, donde la genialidad de Edgar fue por fin reconocida tras publicar "El Cuervo", en 1845. Ahora las mujeres suspiraban a su paso, se derretían al oírlo recitar en los salones literarios y revoloteaban a su alrededor en busca de su afecto. Fue en aquellos días que Edgar comenzó a flirtear con Frances Sargent Osgood, la poeta. En seguida noté que Frances tenía un efecto sanador en mi marido, que permanecía sobrio y prolífico bajo su influjo; por eso yo a menudo invitaba a Frances a casa, como a cualquier otra amiga de la familia; poco me importaba los poemas un tanto cursis que se cruzaban de periódico en periódico y las murmuraciones de la ciudad... Fueron momentos de calma relativa, hasta que en nuestro mundo desembarcó Elizabeth Ellet.

Aún me duele pensar en el día en que Elizabeth se presentó en casa y me advirtió que en la mesa de Edgar había hallado unas misivas comprometedoras enviadas por Frances. Elizabeth empezó a mortificarme con esas cartas y con sus conspiraciones y luego, no contenta con mi dolor, esparció la historia por toda la ciudad. Aquello empujó a Frances a alejarse de nosotros. Entonces Elizabeth se retractó, pero propagando el bulo de que las cartas que había visto eran unas falsificaciones escritas por el propio Edgar. Y fue así como todos empezaron a pensar que mi marido no estaba del todo bien de la cabeza...

Annabel Lee (1912) | Edmund Dulac

En mayo de 1846, Edgar, mi madre y yo nos mudamos a una diminuta casa de campo en Fordham, pensando que aquel clima me ayudaría a restaurar la salud. Instalamos mi habitación en la planta baja, que era la única que contaba con calefacción. Yo me pasaba días enteros en la cama, acurrucada bajo el capote de cadete de mi marido junto con Catterina, nuestra gata, luchando contra la tos y la fiebre. Edgar bebía, bebía y escribía, escribía de forma enfermiza. Mientras tanto, mi madre, al caer la noche, robaba verdura en los huertos vecinos para poder alimentar a la familia.

En mis últimos días, cuando la muerte era ya cercana, mucha gente vino a visitarme. Mi mayor preocupación, sin embargo, era mi frágil esposo; sabía que mi partida lo destrozaría como a mí me hubiese destrozado la suya. Marie Louise Shew vino a asistirme; ella me abrigó con un edredón prestado y cuidó de mí como una enfermera. También pasó por casa mi amiga Mary Starr, a la que le pedí que cuidase y consolase a Eddy cuando yo ya no estuviese. Lo mismo le hice prometer a mi madre, aunque no hiciese falta; yo sabía que mi madre velaría por Edgar como si de su hijo se tratase.

Después de cinco años luchando contra la enfermedad, dejé esta vida el 30 de enero de 1847. Edgar se negó a ver mi cadáver y acompañó mi féretro cubierto con el capote de cadete que me había cobijado en mis últimos días. Sé que muchas veces visitó mi tumba. Incluso dicen haberlo visto sentado junto ella en plena noche y cubierto de nieve. 

Annabel Lee | James Abbott McNeill Whistler

Fuentes: 

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