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Caroline Bommer (1793-1847)

Soy Caroline Bommer y, aunque no aparezco en los libros de Arte ni en los de Historia, estoy detrás de todos y cada uno de los lienzos de Caspar David Friedrich. Si bien, él nunca me retrató; a lo sumo, me incluyó en algún lienzo deambulando por la casa, de espaldas, en penumbras, a lo lejos...

Mi familia y yo conocimos a Caspar a principios del siglo XIX, no recuerdo la fecha exacta. Lo que sí  recuerdo es que mi padre aún estaba vivo. Mi padre, Christoph Bommer, falleció en 1807, cuando yo tenía sólo 14 años.

Caspar y yo nos comprometimos en 1816. En ese momento yo tenía 23 años y Caspar, 42. Nos convertimos en la comidilla de nuestro entorno, no tanto ya por nuestra diferencia de edad como por el carácter de Caspar, el hombre mas huraño, melancólico y solitario del mundo, al que algún conocido estimó como un ser incapaz de soportar un matrimonio.  

Caroline Bommer Friedrich, retratada por Traugott Leberecht Pochmann (1824)

A pesar de todo, Caspar y yo nos desposamos tras dos años de noviazgo, el 21 de enero de 1818, en la Kreuzkirche de Dresde. Un día feliz, pensarán ustedes. Sin embargo, un hecho insólito ensombreció aquella celebración: a la ceremonia no acudió ni un solo familiar de mi futuro esposo. ¿Por qué? Porque Caspar no se dignó a informar a su familia de nuestro enlace hasta una semana después, por carta y harto ya de mi propia insistencia.

En el verano de 1818, nos embarcamos en nuestra luna de miel. Viajamos juntos a Neubrandenburg, Greifswald y Rügen. Fue mi primer y último viaje.

Caroline subiendo las escaleras, c.1825 | Caspar David Friedrich

En 1819 nació mi primera hija, Emma Johanna. En 1821 parí un hijo que nació muerto. En 1823 vino al mundo Agnes Adelheit. Por último, en 1824 nació Gustav Adolf. Yo cuidaba de mis hijos, de la casa y de las amistades de mi familia, entre las que tuve que incluir también a las amistades de mi propio esposo, a las que él descuidaba con frecuencia.

No fue fácil ser la esposa de Caspar David Friedrich, pues él no sólo albergaba las exigencias de un genio, sino también las de un ser torturado. El tiempo y el trato mutuo me enseñó cuándo debía desaparecer y cuando podía materializarme en su presencia... El día que pintaba aire, mi mejor opción era no dirigirle siquiera la palabra. 

Durante años soporté sus depresiones y sus ausencias. Pero en los últimos tiempos la convivencia se volvió insoportable; fue cuando comenzaron sus episodios de celos, los cuales degeneraron en violencia contra mí misma y contra nuestros hijos. Cuando el derrame cerebral sobrevino, allá por 1835, supe que aquella espiral de agresividad y de locura en la que Caspar nos había sumergido era fruto de su deterioro mental; sentí que, entonces más que nunca, mi deber de esposa me mantendría a su lado.

La estrella vespertina, 1830 | Caspar David Friedrich

Cuando Caspar falleció, yo tenía 47 años. Su pérdida me liberó de una compañía que se había vuelto tortuosa, pero me dejó a mí y a mi pequeña familia en la indigencia. Allí comenzamos a depender de la caridad de quienes nos rodeaban, de las instituciones, de los amigos...

Dejé esta vida con 54 años, un 3 de enero de 1847, en el mismo Dresde donde nací. Mi mayor proeza, según los libros, fue ser la abnegada esposa del genio.

Mujer en una ventana, 1823 | Caspar David Friedrich.

Fuentes: 

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